EL LUCERO DE LA MAÑANA
Por: V.M. Y JERARCA ANUBIS RENE SABAOTH

CAPITULO 2o.

MIS EXPERIENCIAS EN LAS MONTAÑAS DE CERRO AZUL

También para protegerme un poco del peligro de las serpientes, de pronto de algún felino, pues estos le huyen al fuego. Al fin, mi cuerpo entraba en descanso mientras mi alma volaba en los espacios de los mundos tetradimensionales y causales. Llegaba la aurora, llegaba el amanecer, las aves saludaban el nuevo día, las especies animales adoraban y saludaban a la Madre Naturaleza, las pavas gaznateras, lanzaban sus gritos de alabanza, los paujiles también se hacían sentir con sus rumores en si manifestación de alegría, los sinsontes, la oropéndola, los chauchaus, las guacamayas, los guacharacos, pronto hacían su aparición los muy conocidos monos, también los cientos de micos con sus aullidos, con sus chasquidos, murmullos; esto era una verdadera orquestación, el saludo de todas estas especies a su Divina Progenitora, la Madre Naturaleza.

Un día de los tantos resplandecía el sol, alumbraba intensamente y caía perpendicular sobre esta humanidad. –Quien les habla- trataba de limpiar la tierra con mi herramienta de trabajo, de pronto se astilló un árbol que permanecía doblado y al picarlo, saltó una de sus partes a mi cara impactándome una fosa nasal hasta la raíz, o sea el tabique, saqué rápidamente el trozo de madera incrustado y de pronto brotó torrencialmente la sangre al mismo tiempo que corría por mi frente mucho sudor por la sofocación, se reunían con las lágrimas de mis ojos –aún no había perdido la visibilidad- lleno de dolor y de amargura llamaba a los Maestro de la Medicina que me curaran.

Por fin después de largo rato de espera, se transó la sangre, no salió más. Me lamentaba estar solo, no tener un ser que me aliviara en semejante momento tan difícil, añoraba los tiempos de mi niñez, también los tiempos de la pubertad, catorce, diecisiete, veinte años, etc, etc., cuando en esos preciosos años de mi juventud había emigrado de las montañas a la ciudad capital; había conocido algunas ciudades capitales de los diferentes estados del país y como a la edad de veintiún años había hecho mi arribo al Litoral Atlántico, me había incrustado también en la vorágine, en la montaña donde un día tuve la inmensa alegría de encontrarme con el Filósofo contemporáneo SAMAEL AUN WEOR. Pero ahora al verme en este estado, llega la angustia, más el Gran Maestro nos había advertido que el camino era arduo y difícil, no debíamos llegar a la desesperación porque fácilmente podríamos perder las pruebas del fuego, de tierra, de agua y aire, que se repetían constantemente en cada proceso iniciático y había mucho peligro de llegar al fracaso total.

Allí solo, en aquella choza, desprotegida de seguridad, vocalizaba, trataba de hacer meditación, realizaba nuestras acostumbradas conjuraciones e invocaciones, evocaba e invocaba a los Maestro y así me daba fuerza; en ningún momento perdí los ánimos de vivir, siempre dentro de los fueros de nuestra institución esotérica, pensé aprovechar a tiempo las experiencias intensamente vividas y escribí una novela, con hechos, anécdotas y circunstancias acaecidas desde que comencé la presente existencia hasta aquellos días. Y alcancé a escribir veinte páginas y la novela iba a titularla “Sudor, lágrimas y sangre”, pero al mismo tiempo me di cuenta que tan solo se trataba de cosas muy pequeñas en comparación a las tantas imprudencias que en vidas precedentes habíamos realizado, tal vez por atentar contra los códigos de la naturaleza adulterando sus Leyes, alterando el orden, sublevaciones injustas contra la Divinidad y así otras tantas consideraciones, pensé que no valía la pena escribir estas cosas que me parecieron minúsculas, insignificantes, en comparación con lo que otros han sufrido y padecido.

Esta es la senda del filo de la navaja, este es el sendero de los muchos, nos enseñaba el Iniciador de la Era de Acuario.

Nosotros decimos efectivamente, este es el sendero del filo de la navaja y de los muchos simpatizantes y sintetizando diremos que es el sendero o la Doctrina de los pocos, porque muchos estamos invitados al Gran Banquete, a la cena del cordero pascual y muchos entramos, nos afiliamos a la institución del quinto evangelio de la Luz, pocos han llegado a encarnar y realizar estos grandes principios en carne, sangre y vida.

Encarnar los grandes proverbios de fuego, comprender y realizar a fondo los evangelios de la Luz y algún día llegar a constituirse en un Maestro del día, esto es un gran trabajo de los pocos. Por ello el Iniciador nos decía: “Muchos entran y pocos llegan”. Esto significa e implica muchos súper-esfuerzos, continuidad de propósitos, reconocer nuestros errores, eliminar vicios, hábitos y defectos, transformar esos potenciales negativos en positivos, finalmente formar el alma, transformarla en la Pentalfa Sagrada.

Un buen día salí de mi choza dispuesto a pasear las catorce planadas que habían sido en tiempo pasado habitadas por tribus indígenas; pensé avanzar sobre algunos terrenos para derribar sus montañas y sembrar algunos cultivos; después de largo trecho, ya un poco agotado por el cansancio, por entre aquellas montañas encontré un gran árbol, un caracolí, quien sabe cuantos cientos de años había sido derribado, ya de el no quedaba sino vestigios, su corteza estaba reducida a polvareda; sin embargo estaba arropado con el musgo de la montaña y con un abrazapalo llamado mimbre, traté de cruzar por encima del polvoriento árbol y en mitad de este fui sorprendido por una gigantesca áspid, mapaná o serpiente venenosa; permanecía enroscada amenazante.

Sorprendido por semejante descomunal reptil retrocedí y tomé vía por otra parte para continuar mi ascenso hacia la cumbre; más tarde me encontraba dentro de un gran cultivo de caña de castilla, de aquella con que se tejen canastos, maletas, pero con esa fibra; entre más andaba, más encontraba cultivo de este. Quedé sorprendido, por cuanto este cultivo no tenía porqué existir en tierras que no habían sido pisoteadas por humanos durante mucho tiempo.

Empezó a correr una brisa fría, los árboles comenzaban a mover sus follajes, la neblina bajaba cada vez más y más, atemorizado reflexionaba -¡Oh, Dios Mío!, ¿En dónde estoy? ¿Qué pasa? Pues donde miraba solo veía precipicios aletas de árboles jamás vistos, inmensas rocas que apenas lloraban y gotas de agua permanentemente, el musgo cubría las peñas, el ambiente se hacía cada vez más misterioso, enigmático como si en aquel sitio hubiese un sortilegio.

Tomé nota y me di cuenta que cerca de ahí hasta donde vivían los Indios, posiblemente eran tierras que estaban encantadas; entonces comprendí que los indígenas habían trabajado con los cuatro elementos de la naturaleza dejando ese territorio en estado de jinas evitando así cualquier profanación.

Francamente sentí temor y decidí regresar nuevamente a mi morada que se encontraba lejos del lugar; por más esfuerzos que hice no encontré la trocha marcada para salir ni encontré pista alguna, se cerró el camino; pensé en un refrigerio que había llevado considerando que tal vez la debilidad me hacía divagar, pero no había tiempo, la lluvia amenazaba, tenía que desaparecer del lugar lo más pronto posible, comenzaba a angustiarme, pensé, reflexioné y traté de meditar en el Maestro AUN WEOR, que tantas veces me había favorecido en la cuarta y quinta dimensión ante los peligros de los tenebrosos; le llamé muchas veces, le invoqué y le pedí me sacara de aquel lugar; ahí si me acordaba de las oraciones, el ave María, el Yo pecador, la santa María, el Padre Nuestro, el bendito y me dije a mi mismo, Dios Mio, Señor Mio, estoy perdido, voy a dar tres vueltas de izquierda a derecha por donde termine la tercera y última vuelta abriré los ojos, es por ahí el camino.

Lleno de coraje y de fe en el Gran Maestro y en la Divina Naturaleza abrí mis ojos y dije por aquí es el camino, dí unos pasos y efectivamente ahí estaba la muestra del pique que uno deja en la montaña para no perderse; dirigí mis pasos dando Gracias a Dios y así pude regresar nuevamente, descendiendo las catorce planadas llegando a mi choza; lleno de cansancio, agotado, bastante preocupado por encontrarme tan solo en el mundo tridimensional, pero la única esperanza estribaba en Dios. En verdad, debo reconocer que esto fue un curso que me tocó realizar como anacoreta. Recordé los cuatro caminos, el del faquir, el del monje, el camino del anacoreta y el camino del Gnóstico que nos toca vivir intensamente; había quedado mi conocimiento fallo en alguna época, me correspondía tener esa experiencia en carne propia porque una cosa es el conocimiento lectivo, saborear aquellos manjares y aquel rico vocabulario de los más célebres escritores, filósofos, sociólogos, humanistas y Psicólogos, otra cosa es vivir en carne y hueso todas estas escenas tan penosas, dolorosas y vergonzosas con el peso y rigor de nuestro propio destino.

Otro buen día el Maestro que todo lo percibía, que todo lo sabía, dándose cuenta de mi triste situación en aquellas montañas cerca de “Cerro azul”, me dijo: “Es mejor que vendas todo lo que tienes por allá en esas montañas, retírate de allá, vente para acá, para la casa del peregrino”. Cavilé un poco y le dije: Venerable Maestro, voy a vender por lo que me quieran dar, ciertamente voy a quitarme de allí de ese lugar un poco lejano del Summun y así poder servir más de cerca de todos los hermanos y volví y repliqué otra vez: venderé la mejora que tengo por lo que me quieran dar, pero en ese momento se encontraba presente la Dignísima esposa del Gran Maestro Iniciador y ella contestó: “No señor, por lo que le quieran dar no, es por lo que eso vale, es decir por su justo precio”. 

Dijo el Maestro: “Sí es mejor que vengas de por allá”, le dije: Venerable Maestro, ya usted sabe que aquí no tengo donde vivir, porque fui desterrado por la misma comunidad, no tengo un ranchito o una simple choza donde protegerme del frío, del sol o del agua porque aquí nadie gusta de mi: El Maestro mirándome compasivamente me dijo: “Dile a alguno de estos hermanos que te deje un pedacito de terreno donde hacer una choza para poder vivir allí”. Efectivamente, hablé con un hermano, le manifesté que me tocaba vender la parcela, que tenía cerca de “Cerro azul” e instalarme otra vez en el Summun, cerca de la casa del peregrino, pero que no tenía donde escaparme del frío, del sol o del agua, le pedía me diera permiso de hacer una chocita por ahí en alguna parte, donde no le hiciera estorbo a nadie y este buen hermano espiritual dueño de estos terrenos me dijo: “Bueno hermano, hágase por ahí una choza, eso sí, donde no haga estorbo”.

Así fue que resolví hacerla cerca de un pequeño arroyo en una pequeña ladera que apenas me quedaba apenas a tres metros de las aguas que corrían en medio de unos guanábanos y unos árboles de aguacates, un poco temeroso porque si corriese un vendaval quizá un árbol de esos podría desaparecer la choza y acabar con mi vida, pero lleno de fe y de optimismo realicé el trabajo a medio día conseguí unas maderas de la montaña y palma amarga del monte y agarrándolas y atándolas a la madera así podría protegerme de la lluvia.

Escasamente cabía mi cuerpo en una troja de madera, forrando las paredes con papel periódico y cartones para que las corrientes de aire y el sereno de la noche no me causara tanto daño. Más cuando caían fuertes lluvias era amenazado por el arroyo y en ciertas ocasiones no podía conciliar el descanso.

Debo confesar la realidad de aquella aventura, aquella vivencia, una de las más grandes experiencias que haya vivido en los años de mi juventud, ante la mirada impávida de muchos seres que veían mi triste situación pero cuando la Ley del Karma entra en acción entonces solo sentimos el amor, terror y Ley.

Al fin la comunidad resolvió, formar la casa del peregrino para alojar a los feligreses que inmigraban de los diferentes lugares del país para asistir a las festividades tradicionales como la Semana Santa, el veinticuatro de Diciembre, las fechas tradicionales de Navidad y había necesidad de alojar bastantes personas y la casa del peregrino

 
anterior era muy pequeña y había que ampliarla pues aprovechando la oportunidad también logré pedir permiso se me concediera un pequeño cuartucho y así quitarme ese peligro de la choza donde me amenazaba el arroyo y los árboles.

El problema era la alimentación, tenía que madrugar a conseguir la leña, conseguir el maíz, los alimentos para colaborar con la digna esposa del Venerable Maestro SAMAEL AUN WEOR para que ella prepara los alimentos para muchos que con frecuencia se acercaban a la mesa para ingerir alimentos, y dialogar con el Gran Iniciador acerca de la idiosincrasia, acerca de los grandes proyectos y la formación de una gran institución mundial titulada Movimiento Gnóstico Cristiano Universal.

Era verdaderamente agradable, maravilloso escuchar el verbo del quinto de los siete cuando comenzaba el ritmo de su oración, se sentía trepidar el ambiente, el latir de los corazones llenos de fe y optimismo en un futuro promisorio, nos hacía transportar a un mundo futurista lleno de grandes maravillas, todo aquello tenía sabor a manantial tal vez nos sentíamos en un verdadero oasis.

Saber que la humanidad pasaría por grandes transformaciones y a veces llegaba a tener inspiraciones y hacía que por las mejillas de sus escuchas, escapábanse algunos lagrimones de alegría, otras veces de angustia Psicológica de pensar que la humanidad sería crucificada en una gran Cruz; pensar que la humanidad pasaría por una gran agonía, saber que la humanidad nos encontrábamos sentados sobre grandes barriles de pólvora, grandes explosivos causados por la descomposición social, por la contaminación ambiental, de nuestro mundo y esto hacía más próximo el momento apocalíptico en el cual vivimos los habitantes de esta tierra, sin conciencia, sin Dios y sin Ley. La inspiración del Gran Humanista hacia los instantes, así también los momentos, muy agradables, sus anécdotas su vida intensamente vivida hacía que los hermanos que le rodeaban llenaran sus rostros sonrosados de alegría, tal vez alcanzaríamos a vivir esa Jerusalén prometida.

Pero habían momentos difíciles donde nos daba tristeza saber que también advertía con rigor y decía: “La humanidad será crucificada en una gran cruz, la humanidad pasará por una gran agonía, tendrá que ser sacrificada porque los DIOSES, la han sentenciado ¡Al abismo! ¡Al abismo! ¡Al abismo!” Y decía constantemente: “¡Ay de los moradores de la tierra y del mar llegó la hora de la Ley y ¿Quién estará firme?.

Debemos prepararnos para grandes acontecimientos; de aquí en adelante solo brillará el Rayo de la JUSTICIA y aullará el lobo de la Ley; estamos en los tiempos del fin”.

Así el Iniciador de la Era de Acuario rodeado de personas aspirantes al sendero que conduce a las grandes purificaciones nos hablaba proféticamente, nos advertía los grandes hechos y cosas que se avecinaban para la humanidad doliente.

De mi parte, pues también logré disfrutar aquellos instantes, aquellos momentos verdaderamente inolvidables, me sentía lleno de alegría oír a un MAESTRO del Rayo de la FUERZA dándose completamente, dando su vida en aquellas vorágines, por la humanidad que a pesar de estar sentenciada por los DIOSES Él proyectaba e intentaba dar una gran ayuda como Él en cierto día dijo: “Nos toca luchas a ver si se consigue del ahogado el sombrero y del sombrero la cinta, algunos pocos quedarán firmes, fieles y tenaces. Las mayorías saldrán patiamarillos y rodarán al abismo”.

Una mañana cualquiera se aproximaba el momento de ingerir el acostumbrado desayuno; por fortuna a mi me tocaba pedir a manera de limosna un poquito de desayuno para irme a trabajar y adelantar los trabajos del Templo; la digna esposa del venerable Maestro SAMAEL AUN WEOR me auxiliaba un poquito de arroz “calentado”, un pedazo de arepa antioqueña y un poquito de la acostumbrada agua de panela, entregándome este típico desayuno me dijo: desayúnese y mire a ver donde va a conseguir su almuerzo, su comida y todo lo demás, porque aquí no le voy a dar más desayuno ni comida ni nada, nosotros aquí no lo vamos a seguir manteniendo”, esto para mi fue como un rayo porque la persona que esto me hablaba, en el fondo, no era ni más ni menos que el OCTAVO JUEZ DE LA LEY, su palabra había perforado mi corazón, mi alma quedaba partida en muchos pedazos, corrían lagrimones de mis ojos, por las mejillas y caían al plato donde habían depositado algunos granos de arroz que me había regalado para desayunar.

Ahí moría la última esperanza que me quedaba, porque no tenía otro lugar donde ir a buscar un mendrugo de pan: tuve que aceptar tomar el desayuno y desaparecer hacia el trabajo. En esa infortunada mañana se encontraba cerca de mi, junto a mí, sentado a la mesa el Gran Maestro SAMAEL AUN WEOR, tan solo a medio metro de distancia se encontraba el Maestro SUM SUM DUM (Juana de Arco), también con nosotros el Bhoddissattwa del Maestro SANFRAGARATA del rayo de la fuerza y otros seres también Bodhisattwas de Maestros, comían un típico desayuno llenos de alegría compartiendo las enseñanzas del MAESTRO que como de costumbre siempre llenos de humor, de proverbios, evangelios, pronósticos y poesía en cada frase, en cada palabra, hacía que el ambiente fuera realmente agradable. Pero ellos alcanzaron a escuchar cuando la sentencia que a no se me daría más alimentación, que debería buscarla en otra parte, ellos vieron la tristeza de mi rostro, ellos presenciaron la severidad, el rigor con que ami se me trataba, todo ellos tenía que sucederme así, para grabar en los recóndito de mi conciencia esta clase de conocimientos que son verdaderamente grandes e inolvidables, que taladran el corazón, que estremecen todo el SER que es penoso, que es vergonzoso, que es una gran humillación, eso es verdad; sabiendo transformar esa impresiones, nace la verdadera vida intensamente vivida con alegría y con amor.

Esta es la verdadera luz en el sendero, aquella que en cadena pedíamos constantemente, cuando nos reuníamos grupos de hermanos y les decíamos a los DIOSES: que venga la Luz, que venga el conocimiento, queremos sabiduría Divina, OM SEA, FUERZA; OM SEA, FUERZA; OM SEA, FUERZA. Pero lo que nosotros ignorábamos era la manera y forma como se expresaba la Luz como se manifestaba el gran conocimiento, como iba a llegar a nuestro corazón la sabiduría: pues un buen día fuimos comprendiendo quizá con el transcurso de los años, que a veces viene bendiciones del cielo en forma de fracasos. Y haciendo hincapié en nuestro relato refiriéndome a aquella mañana, aquel triste día, seguiremos la secuencia y diremos que me fui a trabajar como decimos los campesinos, los montañeros, los campeches, a “volear” pico y pala, barra, muela, taladro, carretilla, cargar inmensas piedras sobre los hombros vigas inmensas para sostener algún techo del templo etc y tomar después de grandes esfuerzos llenos de sed agobiadora algún poco de agua pues carecíamos en esos tiempos de panela, azúcar o miel, teníamos que apelar ante al recurso de la Madre Naturaleza, el agua pura.

Pero lo más grave fue cuando llegó el medio día, todos se fueron a buscar sus almuerzos y a mi persona nadie le invitó a almorzar, quedé por ahí parado en cualquier parte pensando como haría para llevar a mi organismo, a mi estómago algún mendrugo de pan. ¿Dónde estaría ese pan?.

¿Dónde estaría el alimento para ese día y para los próximos días? Me retiré del lugar cabizbajo y solitario, busqué en la montaña algunos papayuelos que me apresuré rápidamente a ingerir en el organismo algunos de ellos, así también una fruta denominada la nariz del caracolí, que ingieren las guacamayas y algunas aves y animales de la montaña. Esto me tocó hacerlo en repetidas ocasiones cuando sufría hambre y necesidad; después me dirigía hacia un arroyo cerca de la casa del peregrino, tomé agua del arroyo, recostándome luego cerca de un poste de la misma casa, salió un Maestro del comedor donde en la mañana me había sucedido lo peor de lo peor y dicho Maestro de la Hoya del Quindío observándome, vi en su rostro que sentía compasión por mi, que sentía lástima de mi, así lo fue y así lo comprendí; traía en una pequeña bolsa de papel unos buñuelitos y me dijo: “Hermano cómase estos buñuelitos aunque sea”, y replicó: “Estas son las cosas de las cuales nosotros no podemos compartir”. Este Maestro era nada menos que del rayo de la fuerza, a quien había denominado el Iniciador de la Era, como el MAESTRO DEL VERBO DE ORO. Agradecía aquellos panecitos que me había obsequiado, los comí, tomé agua del arroyo y me dirigí nuevamente al trabajo.

Llegó el atardecer, el sol enrojecido en los arreboles de la tarde, se ocultaba en el poniente diciéndonos a todos hasta luego, pronto saldré en el oriente para alumbrar un nuevo día.

El área de la alimentación se hacía cada vez más difícil, porque este servidor quien escribe estas cosas carecía de hogar, no tenía esposa, pues aún mi materia estaba bastante joven, tan solo versaba entre los veintidós y veinticuatro años, me había ausentado del hogar desde los diecisiete años de edad, rodaba solo, de lugar en lugar, de camino en camino, de vereda en vereda, por las haciendas, por los campos, ganándome un jornal para poder sufragar medianamente los gastos y también poderme transportar de un municipio a otro, o de un departamento a otro hasta que la providencia de DIOS, me llevó a las tierra de esa costa amada y en algunos de mis escritos y correspondencias siempre les digo a mis amigos refiriéndome al Litoral Atlántico, COSTA AMADA, porque allí encontré con todos, mi mejor lección, la que no olvidaré jamás porque llevo dentro de mi corazón un sello de eternidad en Loor, homenaje y gratitud a los que verdaderamente han sido grandes para mi.

Por fin llegó mi noche buena llegó el momento que la VENERABLE LOGIA BLANCA tendió su mano se me levantó un poco la cuarentena. Un buen día el Gran MAESTRO Quinto de los Siete, estando solo me dijo, personalmente. “Sabes chato que debo irme de la Sierra Nevada para otras tierras, otros países a llevar la Luz, las enseñanzas, ¿Qué hago aquí? Debo salir ya”. Postrado de rodillas y con las manos en aspas, mi rostro entristecido por la noticia, se me escaparon algunas lágrimas, le dije: MAESTRO, nos va a dejar solos, ¿Qué haremos nosotros aquí sin su presencia? Y Él me dio a entender que siempre estaría acompañándonos (Claro, espiritualmente); dije, MAESTRO, usted sabe como es la gente aquí conmigo. Y dijo: “Yo te ayudaré porque quedas en medio de una camada de leones”. Efectivamente ese día llegó y me postuló para representarlo, sabiendo que estaría la frente de un monasterio de un Templo de Misterios Mayores, un Templo subterráneo enclaustrados en la roca de las legendarias tierra en la Sierra Nevada de Santa Marta, en la República de Colombia, Sudamérica. Allí en unión con la Madre Naturaleza, allí en unión con los que fueron llamados las águilas altaneras, las águilas rebeldes, aquellos que no escatimaron esfuerzos para luchar, para acompañar con lealtad al hombre más excelente y honesto que haya conocido la humanidad del siglo XX, nos estamos refiriendo al GRAN INICIADOR DE LA ERA DE ACUARIO SAMAEL AUN WEOR, donde tantas veces dio enseñanzas de labios a oídos, conferencias, diálogos, convivencias, cadenas esotéricas.

Aquel verbo que estremeció las conciencias de los cientos y miles de dormidos que habitamos en estas tierras precolombinas, ahora a mi me correspondía quedarme al frente, seguir secuencial mente y responder ante la VENERABLE LOGIA BLANCA por le destino de la comunidad que se me encomendaba.

Habló para ustedes el fundador de la CORPORACIÓN ACCIÓN CÓSMICA EN ORDEN, EL MAESTRO Y JERARCA ANUBIS RENE SABAOTH.

PAZ INVERENCIAL.

 


Continuara....

 

 
 

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