EL LUCERO DE LA MAÑANA
Por: V.M. Y JERARCA ANUBIS RENE SABAOTH

Este mensaje de Navidad se comenzó a escribir en el año 1.990, el propósito era de que este mensaje saliera a la Luz publica en el año 1.992 cuando se llevaría a cabo el primer congreso internacional pero debido a la salud delicada por la que pasaba el V.M. Sabaoth por esto días, además del escaso presupuesto económico  para su tiraje solo salio a la luz publica en el año de 1.998

Esta obra Consta de 11 capítulos los cuales en esta oportunidad se ha trascrito el segundo, próximamente se estarán transcribiendo progresivamente los siguientes capítulos,


CAPITULO 2o.

MIS EXPERIENCIAS EN LAS MONTAÑAS DE CERRO AZUL

Quisimos pasar rápidamente el chelado, después del chelado vienen las iniciaciones de Misterios Menores; nos dábamos cuenta como inmigraban gentes de diferentes lugares del País al Templo de Misterios, para recibir grados, iniciaciones, poderes y mi persona no alcanzaba nada.

No recibíamos ninguna iniciación, estaba bastante preocupado, como comprendí mi estado lamentable, solamente brillaba por mi ignorancia, no sabía quién era, de dónde venía, para dónde iba. Enigmas y más enigmas ya que mi vida anterior había sido de tantas amarguras y sufrimientos, ahora confiaba llegar pronto a la INICIACIÓN, tema este tan amable y tan anhelado por todos los aspirantes al sendero del adeptado práctico.

Habían pasado muchos meses y ya más o menos un año de estudios, a lo mejor de estar afiliado al Esoterismo, al hermetismo, a las enseñanzas del Cristo, bajo la tutela y dirección de un gran guía, de un gran humanista y sociólogo SAMAEL AUN WEOR, quien nos daba enseñanzas paso a paso, instante en instante, momento en momento, hacía énfasis sobre el despertar de la conciencia rumbo hacia una vida mejor a través del discernimiento, del trabajo, la renunciación del ego animal. La unión con el INTIMO, era es y será necesaria, indispensable, pero preocupado por el tema de la Iniciación un día cualquiera, pregunté al Gran Iniciador de la Era de Acuario SAMAEL AUN WEOR, ¿Qué sucedía?, ¿porqué tanta demora para llegar a la Iniciación?, ¿Cuál era el obstáculo y si ya estaba próximo? Y el Maestro sonriente me observó y dijo: “Todavía te falta un poco”. Así pasaron otra vez angustiosos minutos, más horas, días, semanas y meses, pregunté nuevamente si está próxima mi iniciación y el Maestro contestó de igual manera que antes: “Todavía os falta un poco más”. En un momento de arrebato dije: “Maestro, ¿Cuáles son los impedimentos que hay para llegar a tan anhelado instante, o sea, la Iniciación tan esperada por todos?, ¿Cuál es el obstáculo? ¿No serán las deudas Kármicas? Y el observándome aceptó.

Comprendí de inmediato que para obtener nuevos ingresos o nuevos créditos, era necesario cancelar las deudas anteriores. Le dije: “Venerable Maestro, quiero cancelar mis deudas Kármicas de todas las existencias incluyendo la vida presente, porque de nada sirve gozar físicamente de algunos beneficios de salud, tener un cuerpo lúcido, estar simpático por fuera y podrido por dentro, es mejor pagar lo que se debe, saber con qué se cuenta, que le queda, que se tiene” Y el Venerable Maestro mirándome fijamente me dijo: “¿Tú quieres de veras pagar el Karma?”, Le contesté: “Sí¡ Maestro, quiero pagar mis deudas, el Karma me aplasta o sigo adelante, avante del todo. Con esto quise decir que algún día me liberaría de la Leyes mecánicas de la naturaleza y ÉL en su calidad de Iniciador y Cosmocrator en el fondo íntimo en el fondo íntimo, como León de Ley (Porque todo Logos es un León) contestó afirmativamente: “Ahí te iremos soltando el Karma poco a poco”.

El Gran Maestro miró mi rostro, posiblemente en su interior sintió piedad y misericordia por mi, porque ÉL sabía que tenía sobre mis hombros una Gran Cruz que pesaba mucho, con todos los efectos de las deudas y mis errores del pasado, incluyendo el presente.

Ese fue nuestro diálogo aquel día.

Mientras Él continuaba con sus labores, el suscrito también continuaba con sus deberes y obligaciones.

Solo DIOS con su Santo poder, sabe cuanto se sufre cuando un humano se enfrenta a los leones de la Ley, para cancelar Karma.

Corría el año 1.955 y estando una noche cualquiera en la cuarta dimensión, alcé los ojos al cielo y miré, fue el firmamento completamente azul, caminaba y caminaba por un sendero estrecho y difícil, nuevamente observé el cielo azul y vi una gran espada que venía rumbo hacia mi, rumbo hacia la tierra. Sentí algo terrible, sin embargo me detuve y traté de evadirla, pasé por un lado, la espada se elevó nuevamente al cielo para descender vertiginosamente amenazante, hundiéndose mas de la mitad en mi camino, comprendí que había empezado accionar la Ley, caería la Justicia Cósmica sobre mi. ¡Ay de mi!, ¡Pobre de mi!, que me esperaría, que me depararía el destino? Asombrado y maravillado en gran manera regresé al mundo de la forma, a mi cuerpo tridimensional. Debo decir la verdad, se me escaparon algunas lágrimas, porque comprendí que posiblemente había cometido una imprudencia al haber desafiado la Ley, cuando dije: Que venga el Karma, que venga la Ley, salgo adelante o me aplasta el Karma, pero voy a intentarlo.

Uno de los tantos días, hablando con la comunidad de la Sierra Nevada de Santa Marta, en la República de Colombia, Sudamérica, dialogábamos sobre mi situación económica y de salud, me embargaba la melancolía, el tedio y la tristeza, ver como mis amigos de 1.952 en tres años ya me volteaban la espalda, me observaban de arriba y abajo, vociferaban contra mi, se burlaban y decían: “Eso si friéguese, para que se las da de guapo a pedir Karma, ahora que aguante, el que cortó el palo redondo que se lo eche al hombro”. No veía sino rostros indiferentes, el panorama cambió. Antes era un paraíso, ahora mi vida era una antesala del infierno, eso era mi pobre existencia hace treinta y ocho años, cuando se me hizo acumulación de deuda, fui entonces víctima de una enfermedad llamada incurable por los hombres de la tierra (Pero curable para los MAESTRO DE LA VENERABLE LOGIA BLANCA); (Esta enfermedad es llamada “El mal de Lázaro), Elefancia, lepra, etc. Pregunté al Venerable Maestro SAMAEL AUN WEOR, sobre mi novedad y ÉL me dijo: “Tú tienes lepra”. Le dije: Maestro, cúreme. Y Él me contestó: “Cúrate tu mismo, yo no vine a curar cuerpos de carne y hueso, vine a sanar las almas, a curarlas, que están al borde de caer al abismo”. Le dije: maestro cúreme, yo se de sus poderes, prometo manejarme bien en la institución. Y ÉL, con la sonrisa en los labios que siempre la caracterizaba, contestó: “Si nosotros te curamos, es cosa fácil, la lepra, el cáncer, la tuberculosis, la sífilis, llamadas incurables por la ciencia oficial, es para 

nosotros tan fácil como tomarnos un vaso con agua.

Si te curamos, entonces quedas suelto, con la sola enjalma, sales brincando y saltando y más adelante abandonas la senda y te hacemos un daño; es mejor que hagas bien por toneladas y así te vas curando poco a poco.

Guardé silencio y pasaron meses en los que me dediqué a trabajar intensamente en la obra.

En cierta ocasión en un amanecer, pasaba el Gran Maestro SAMAEL AUN WEOR en cuerpos internos; posó de pie frente a mi choza – rancho pajizo- que me servía de habitación. Por sus vibraciones comprendí que debía salir al encuentro del Maestro, ÉL me observó nos miramos frente a frente, extendió su mano, me tomó del brazo, se suspendió en la atmósfera llevándome consigo.

Nos remontamos quien sabe- Dios lo sabe- cuantos miles de kilómetros hacia el espacio, hasta que por fin descendimos poco a poco y me depositó en la cúspide de una gran montaña. Observamos por todas partes la arboleda, aquella vorágine parecía misteriosa, expelía un hálito de misterio, augurios y sortilegios, los misterios de la naturaleza. Por fin, después de un lapso de tiempo, quedé adormitado en sus brazos. ¿Cuánto tiempo? No lo sé, porque en la quinta dimensión el tiempo no existe. Cuando volví a tomar conciencia, estaba conmigo, en sus brazos y mi cuerpo estaba cubierto de la corteza de los árboles. Le observé el rostro, tenía los ojos cerrados, estaba en meditación. En ese instante sentí que el cuerpo tridimensional me necesitaba y al sacudirme tratando de volver al físico, el Maestro me tomó más fuerte y me dijo: “Qué cree que lo voy a soltar? Aunque tengo mucho trabajo en el cosmos no por ello voy a soltarlo.

En verdad estas cosas que estamos escribiendo son fieles y verdaderas; lo escribimos no por tocarnos la fibra de orgullo, lo hacemos por entregar enseñanza al pueblo esoterista del planeta tierra.

 

 Debo confesar la verdad; volví a la forma –mundo físico- y jamás, hasta la fecha he podido olvidar tan bella experiencia, donde el Maestro me ofreció en esta forma la curación de mis cuerpos, desde los planos causales hasta el mundo tercero y como compensación a semejante sacrificio y tan magna obra del Maestro he querido mantenerme con fidelidad y lealtad a sus enseñanzas, a la doctrina en la cual se realizan enseñanzas, a la doctrina en la cual se realizan todos aquellos que abandonan el escepticismo, la parlan chinería, las calumnias y que se deciden formar lo siete centros de gravedad permanentemente, (Físico, etérico, astral, mental, causal, budhico y átmico), adquiriendo la conciencia continua, hombres denominados “turiyas” –Conciencia despierta-, seres con centro de gravedad permanente, hombre que han transformado la pluralidad en el individuo. Solo el hombre que goza de la individualidad propia puede dirigir desde su epicentro la masa; está escrito que la sociedad es la extensión de individuo; por ello es urgente y necesario que nosotros trabajemos intensamente en la disolución de las legiones tenebrosas que en nuestro interior cargamos.

El egocentrismo debe ser debidamente comprendido en los cuarenta y nueve niveles o pasillos de la mente comprendido en los cuarenta y nueve niveles o pasillo de la mente para que nazca el individuo, el hombre verdadero; antes de pasar por estas incesantes purificaciones y aniquilaciones, verdaderamente uno no es nadie. El hipnotismo, el espiritismo, las escuelas experimentales, artes marciales, etc., es poco lo que pueden aportar a la pobre humanidad doliente; debemos ser enfáticos y en estos momentos hablar claro y conciso para que nuestra gente en el planeta pueda abrir los ojos y avivar los sentidos, físicos e internos para no caer en las emboscadas que la logia negra tiende a los devotos del sendero.

Como veníamos señalando en estas líneas acerca del Karma, la ceguera, la lepra, etc., volvemos otra vez secuencial mente y haremos referencia al castigo o Karma (en lenguaje oriental) y diremos que es difícil escribir con todo lujo de detalles, porque gastaríamos mucho tiempo y posiblemente nos tocaría escribir volúmenes para poder narrar las cosas y los hechos acontecidos, mas o menos, cerca de cuarenta años de lucha.

Agobiado por tantos pesares, después de diez años de habérseme aplicado el Karma, sentí que se extinguía mi vida poco a poco, ya sin valor, sin fuerzas físicas,- porque en ese tiempo fui sometido a una gran disciplina alimenticia-, ya que mi alimentación consistía en comer arroz con yuca y esos alimentos entre otras cosas, son 96% almidones, total, no tenía ninguna alimentación, por ello mi cuerpo se debilitó hasta la extenuación. Caía en cualquier parte, algunas personas tenían que buscarme en la montaña, me era difícil llegar solo hasta la choza donde vivía, se me había cohibido de toda clase de carnes, huevo, mantequilla, es decir, toda clase de proteínas que fácilmente un cuerpo puede asimilar bien; pero en dichas condiciones parecía que la vid se esfumaba de mi y en cualquier momento podría desencarnar.

Esta tortura a manera de ayuno forzoso, permaneció seis largos años, hasta cuando comunicamos al Gran Iniciador de la ERA DE ACUARIO SAMAEL AUN WEOR que se encontraba en aquellos años ubicado en la ciudad de México Centroamérica lo que me estaba ocurriendo y ÉL de inmediato me contestó que debía nuevamente tomar caldo de hueso y volver a ingerir carne en un 25% para fortalecer el organismo que estaba debilitado.

Me vi pobre y desnudo, desamparado de familia carnal, sentimentalmente no tenía apoyo; en verdad era un simple paria, cualquier harapiento, ya un montaraz en las selvas de la nevada.

Una noche de tantas, de desvelo, de hambre y de sed, además el frío hacía presa de mí por carecer de frazadas para abrigar la materia, por fin pude salir en cuerpo astral; me vi solo aislado de toda posibilidad de auxilio por parte de persona alguna, de las tantas que me rodeaban, vi que el lugar donde estaba ubicado, comenzaba la tierra a expeler humo, se abrían en pocos segundos ciertas bocas de la tierra y me hundiría, no había otra posibilidad más que la de pasar sobre el peligro, pero la tierra amenazaba con explotar, cuando intenté pasar vi al Gran Maestro JESUA BEN PANDIRA, el mismo JESÚS EL CRISTO. Pregunté: ya que tengo la oportunidad de estar con usted Divino Maestro, dígame, que será de mi, que será de mi tiempo en el futuro, que será de mi tiempo en el porvenir y el Gran Maestro con su diestra en mi cabeza con voz apacible contestó: “Yo no sé, DIOS lo sabe”. Dicho esto el Gran Ser desapareció, y el suscrito continuo trabajando, como siempre tratando de pagar deudas.

Fui expulsado por algunos hermanos poco sinceros, que no gustaban de mi, o que a lo mejor servían de instrumento doloroso y me sacaron, me condujeron, a una vorágine, llamada “Cerro azul”. Era una especie de ensenada, un lote de montaña rodeado de dos grandes quebradas o riachuelos, un poco alejado de mis amigos Esoteristas; quedaba muy distante de los mismos indígenas y también de los civilizados.

Los colonos, igual que mi persona, se debatían en medio de muchas necesidades, para formar parcelas o fincas, para sembrar el pan, coger arborizaciones, finca raíz, etc.

Sin embargo no por habérseme desterrado a esos lugares, abandonaría el Templo. Fui Guardián del Templo durante más de quince años, por lo cual tenía que cumplir, estar presente en todas las ceremonias y reuniones y regresar a mi pobre morada que consistía en unas palmas de monte y en una troja de madera contra el suelo para descansar durante las noches regresaba tarde, atravesaba montañas llenas de riscos y peligros de las serpientes, el ciempiés, toda clase de animales rastreros y de felinos de alta peligrosidad; esto tenía que realizarse, tenía que hacerlo porque había un hermano de esos que nosotros llamamos “Pereque”, quien había prevenido a todos los demás para que no se me diera comida ni posada, porque según él era un elemento peligroso, flojo, una mugre que no servía para nada, todos los calificativos para causarme daño; fue en ese tiempo mi judas, así como lo puede tener cualquier iniciado en los Misterios del Fuego.

Así marchó mi situación durante años y años, sin compasión de nadie, apenas si decían algunos hermanos, pobre fulano de tal, lo tiene cogido el Karma pagando las habas que se tragó el burro y otros decían: “El tiempo de las consideraciones se acabó ojalá que se friegue, ¿Quién lo mandó a pedir el Karma?”- el que se mete a redentor que muera crucificado. Y así, con ese lema se reían y se burlaban todos de mi, aquellos que gozaban de fincas, ganado, potreros, cafetales, buenas casas y buenos lechos para descansar.

Bendito sea Dios, Gracias a DIOS, decía en mi interior. Evocaba algunas oraciones y recordaba algún pasaje Bíblico que dice: “Bienaventurado el Hombre a quien DIOS castiga” y nosotros decimos que lo importante es saber obedecer y el premio no se hará esperar. Lo más importante es no llegar a la desesperación, porque ahí sí, fracasamos.

Allí en la montaña cerca de “Cerro azul”, en mis noches mi mente divagaba, en mi mente me transportaba a algunos lugares donde había pasados mis años de juventud, catorce, veinte y ya con veinticinco años me sentía viejo, agobiado, solo desterrado, sentado quizá sobre un tronco de un árbol o en cualquier parte al pie de mi choza observando en el firmamento, en algunas ocasiones, las estrellas luminosas. La luna que iluminaba el misterio de la noche, parecía la vorágine teñirse de un color de plata, se hacía todo más enigmático, me preguntaba: -¿Qué ha pasado?, ¿Porqué tanto rigor del destino?, ¿No será esto una impiedad?- Por fin de mis reflexiones y meditaciones me vencía el cansancio, el sereno de la noche, el frío de las montañas y los ríos, me recogía a una troja tendida en el suelo y hecha de madera verde y palma de la montaña; no tenía colchón carecía de una simple estera, ni siquiera unos empaques de fique para acostarme, solo unas palmas verdes de tendido y al pie de esta choza un fogón con algunos trozos de madera seca encendidos, para que lanzaran humo y me protegieran de los anofeles y zancudos.


Siguiente

 

 
 

Principal